A menudo, las personas hablan de cosas que desconocen,
quieren hacerse creer a sí mismos que no conocen sus sentimientos y pretenden
que los demás crean que todo lo que dicen es lo que en realidad sienten. Una
vida oscura, llena de recovecos y sombras, sin ningún orden ni concierto. Buscan
una aprobación, una palmadita momentánea en la cabeza que les anime a seguir
con su autoengaño, con su absurda misión de convencerse a sí mismos de que
tienen razón.
El tema viene a ser siempre el mismo. El amor causa
angustia, ansiedad y dolores de corazón, aunque más de cabeza. Y el
desconocimiento del amor, el falso amor, rompe las finas líneas de la cordura
como si fuesen papel de fumar. Del enamoramiento se degeneran trastornos
obsesivos en los que se persigue al objeto de nuestra fijación mientras este
huye de nosotros despavorido. Pero también es verdad que a veces nos
corresponde.
Cierto, esas veces. Nos repeinamos, inundamos nuestros
cuerpos de esa agua olorosa, que dista mucho de ser aromática pero que,
sabemos, le encanta al otro. Y así, engominadas nuestras cejas, nos encaminamos
al encuentro de nuestros sueños. Escribimos pues, cartas de amor desde rincones
melancólicos en los que suspiramos por nuestra particular “Lucía, amada mía;
Laura, Beatriz, hermosa Penélope que me has dejado el corazón desplumado y
temblando ante tu omnipresencia, la cual llega hasta mis sueños (especialmente
en estos)”.
De este encanto finito despertaremos con un par de gritos y algún
que otro gesto sumamente desagradable que no seamos capaces de soportar. Entonces,
ese amor (que habremos reivindicado como verdadero contra todo y todos) dejará
de parecernos inmortal y se convertirá en una farsa. Sustituiremos los
corazones entrelazados y las promesas construidas sobre cimientos de algodón por
suspiros lacrimógenos y tendencias depresivas. Desengañados, acusaremos a los
medios por querer vendernos felicidad empaquetada en cajas de bombones para San
Valentín e instaremos al resto a que despierten, que abandonen esa basta
fantasía que les tiene tan aturdidos. “Es solo una droga. ¡Desintoxicaos!”.
Después irán a por lo que realmente merece la pena de la
vida. El sexo es sano, divertido y te mantiene en forma. Los que no sepan
aceptar esta forma de vida, por cruel que parezca a los sentimientos, volverán
a caer en la mentira del amor y sufrirán de nuevo. Se repetirán a sí mismos
cada día que su nuevo intento de felicidad volverá a fracasar y recularán en
cuanto las mariposillas en el estómago empiecen a escasear, si no se van detrás
de otro cuerpo llamativo antes.
Los que decidan ser fuertes y sí tomen la primera opción,
nunca mas querrán hacer caso a su corazón por mucho que este les chille
agonizando mientras ven a su “solo estamos de lío” enredando la lengua en la
boca de otro. En esos momentos jurarán hasta delante del mismo diablo que no
les importa lo más mínimo, pero se llevarán a medio mundo a la tumba por volver
a conseguir una sonrisa de esa NIT (Not Important Person).
De hecho, ni siquiera los que vayan a por todas tendrán salvación,
pues al final harán muchos amigos despistados y muchos enemigos conscientes de
sus intenciones (con lo que ni estarán satisfechas las necesidades de los que
toman el camino físico, ni las de los que llevan las gafas de cristales rosas).
Entonces, ¿cuál es la solución? Si sacudirnos de encima los
sentimientos no es viable y sumergirnos en la vorágine dolorosa que terminan
representando tampoco, ¿qué hacer? ¿Cómo actuar cuando todas las opciones
llevan al mismo sufrimiento y a la misma perdición?
Aquí llega el planteamiento del que nadie quiere oír hablar,
pues todos son muy conscientes de lo que les pasa por sus hermosas cabecitas
arregladas y les hace bullir la sangre de locura y pasión, datos que remarcan
una y otra vez con una dignidad propia de un chorlito. Pero ¿qué pasa entonces
con esas parejas que realmente comen perdices aun sin tener el capital
suficiente para permitírselas? Quizá el problema es que el amor que designan
como verdadero no lo es tanto y durará, como mucho, cuatro o cinco años. Quizá
es que no se dan tiempo a que se desarrolle, que no tienen paciencia y que le
dan demasiada importancia a los retortijones de tripas.
Quizá, también, con mucha paciencia sí se pueda llegar a
vivir ese amor que se encuentra en la realidad muy de vez en cuando y se lee
demasiado a menudo en novelas que valen más por su portada que por su
contenido. Quizá se puede entonces llegar a ser algo más que una huella
dolorosa en la vida del otro. Quizá el primer paso no sea compartir la mayor
cantidad de fluidos posible, sino aprender a ser amigos, desinteresados de todo
lo que no sea la felicidad y el bien del otro (situación rara donde las haya en
la sociedad actual).
Quizá sea entonces, estando la amistad consolidada, cuando
se tenga que trasladar eso al ámbito de la pareja, para poder alternar las
caricias y los besos con el entendimiento sobre el otro. Y el último quizá, y
solo quizá para aquellos que no sientan el más mínimo interés por cambiar su
mentalidad al leer estas líneas, también sea necesario acostumbrarse a ceder
aun cuando sabemos que tenemos la razón (siempre y cuando no se vaya en contra
de los principios más básicos de uno), saber perdonar y (cortesía de JJR)
aprender a aburrirse juntos.